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Durante muchos años de prestar servicio en una empresa de transporte de viajeros como es Ferrocarrils de la Generalitat Valenciana, se me han dado  situaciones cómicas protagonizadas por gran parte de nuestros adorables viajeros (perdón, clientes, como se les llama de un tiempo a esta parte).

A la hora en que los/as señores/as clientes/as nos pedían un billete (perdón, título de viaje)  a un destino concreto, todos los que alguna vez hemos desempeñado nuestras tareas en taquillas o estaciones podíamos esperar cualquier cosa. La aparente enorme dificultad que entraña la pronunciación de muchos de nuestros destinos ha provocado en mi trabajo, en ocasiones, momentos de sonrisa, que muchas veces han evolucionado a momentos de estrepitosa carcajada interna,  difíciles de controlar con un mínimo de compostura.

Mencionaré someramente unas cuantas situaciones que me ocurrieron personalmente para que los lectores vayan haciéndose una idea de lo que estoy hablando. Todavía recuerdo las veces en las que nuestros clientes más mayores me pedían billetes a la “Plaza de toros”, queriendo decir a Plaza de España o Xátiva. En más de una ocasión yo les contestaba con aparente seriedad -¿qué quiere usted sol o sombra?- Algunos esbozaban una sonrisa y otros me preguntaban -¡Ah! ¿Pero me lo puede dar usted desde aquí?… A lo que evidentemente yo les respondía que estaba bromeando…

También era muy típico que me pidieran un billete a “Tráfico” y tenía que aclararles que su destino era la parada de Jesús. O también podían solicitarme un billete a “Daniel” cuando querían ir a tomar una horchata en Alboraya queriendo bajar en Machado o un billete al “Campo de fútbol” queriendo llegar a Facultats.

Luego también podían preguntar por destinos un tanto extraños como “Tossal del Rio” (en lugar de Tossal del Rey) o que querían hacer un trasbordo en “Ángel Medirá” (en lugar de Ángel Guimerá)… aquí nunca tuve claro si el tal Ángel tenía que decirles algo o se dedicaba a hacer mediciones varias…

Es justo reconocer, no obstante, que la Dirección no lo pone nada fácil poniendo nombres a las paradas. Por ejemplo la lucidez demostrada al nombrar una de ellas como “Marítimo Serrería” cuando ya existía la de “Serrería”, o “Marina Real” cuando ya existía “La Marina” o, recientemente la nueva parada “Ernest Lluch” cuando ya existía “Doctor Lluch”. No debemos extrañarnos pues, que un viajero que quiera tomar el sol en la playa aparezca como por arte de magia en el campus de la Universidad.

De todos  modos, la mayor confusión que recuerdo a la hora de pronunciar un destino por un cliente, la viví hace pocos años cuando prestaba servicio como maquinista de las Líneas tranviarias. Era Navidad de 2017 y unos minutos antes de la salida de mi tranvía desde la parada de Marítimo-Serrería con destino a la “lejana” parada de Marina Real, me dispuse a entrar en mi cabina con el porte y elegancia que me caracteriza. Antes de hacerlo me vi abordado por una pareja de clientes, de nacionalidad para mí desconocida, que me dijeron con una cortesía fuera de lo normal:

-Perdone, no sabemos si éste es el tranvía correcto que debemos coger porque en el plano no identificamos la parada en la que tenemos que bajar.

A lo que les respondí con el mismo tono de educación:

-¿A dónde desean ir ustedes?

– A Cabo Cañaveral – me respondió el tipo…

-¿Disculpe? Creo que no les he entendido bien…

Ante mi pregunta se ratificaron en que querían ir a Cabo Cañaveral y fue en ese momento cuando mi mente comenzó a pegar vueltas con el fin de averiguar dónde demonios quería ir aquella gente. Busqué con el rabillo del ojo alguna cámara oculta o alguien que estuviera grabando la escena porque aquello no podía ser normal. No sé, igual confundieron mi flamante uniforme de tranviero con un traje espacial con escafandra y todo, porque yo tenía entendido que desde ese lugar se efectuaban los lanzamientos de los proyectos espaciales de la NASA, pero dudaba mucho que se encontrara cerca de las tres paradas que teníamos por delante. Según yo creía, el sitio por el que me preguntaban estaba en Florida, a varios miles de kilómetros y dentro de lo cómico de la situación estuve a punto de contestarles:

-Pues verán ustedes, para ir a Cabo Cañaveral deben coger el tren con destino “Aeropuerto”, llegar al final de trayecto y desde allí tomar el primer avión que encuentren a los Estados Unidos y una vez allí ya pregunten cómo pueden ir a Florida. Aunque no estoy seguro de que el billete de metro que tienen ustedes admita ese tipo de trasbordos…

Juro que casi se lo suelto así porque aquello parecía surrealista, pero un último atisbo de racionalidad me invadió y cerré la boca, al ver en sus caras que me lo estaban preguntando con absoluta seriedad.

Mientras hablaba con ellos mi cerebro trabajaba a la velocidad de la luz para intentar averiguar el destino de aquella gente. Mientras tanto, comencé a escuchar la señal acústica desde la cabina que me indicaba que ya era la hora de partida del convoy. Estaba claro que el lanzamiento de mi nave iba a demorarse un poco más porque la integridad de mi persona no podía dejar a aquella gente así.

Les pregunté si se trataba de alguna exposición del tema espacial o, quién sabe, algún garito temático o de moda del que yo ignoraba su existencia. Pero mis investigaciones resultaron infructuosas. Habían pasado ya tres minutos de la hora de salida y muy a mi pesar les dije:

-Lo siento, no puedo ayudarles, no puedo demorar más la salida.

La última frase del tipo de nacionalidad desconocida me abrió los ojos. Me disponía a entrar rápidamente en la cabina cuando me dijo ya con un tono de impotencia:

-Es que a nosotros nos han dicho que para ir a la Feria tenemos que bajar en Cabo Cañaveral….

En aquel momento vi la luz. Aquellos educados señores querían ir a la Feria instalada por motivo de las fiestas de Navidad y para ello debían bajar en la parada de… “Grao Cañamelar”. Lo siento pero no pude evitar volverme hacia ellos con una sonrisa y les dije de manera muy escueta:

-Bajen ustedes en la segunda parada.

Y digo que les contesté de manera escueta porque si les llego a decir una palabra más, habría explotado en una estruendosa carcajada en su propia cara y aquello no me pareció demasiado correcto…

Con los ojos llorosos y haciendo un esfuerzo porque no se escuchara mi risa descontrolada, me puse, raudo como las estrellas, a los mandos de mi tranvía interestelar, iniciando el despegue a la velocidad del sonido… Bueno, el único sonido que allí se escuchaba era la llamada del Puesto de Mando que me preguntaba con nervios si me había ocurrido algo. Y allí me vi, dejando volar mi imaginación, en el papel de Tom Hanks pilotando el Apolo 13 y contestando:

-HOUSTON, TENEMOS UN PROBLEMA…

Anécdota de Roberto Borreguero Sahuquillo